De los
40.000 niños que tiene institucionalizados España, más de 14.000 crecen y
esperan un hogar en un centro de protección
Jesús (nombre ficticio) tiene 9 años. Los mismos que José
(nombre también irreal). Sus madres de acogida son Estrella Ferrón y Teresa
Díaz, respectivamente, vecinas que se llevan como hermanas. Al igual que los
niños que acogieron. Lo hacen todo juntas: buscan pisos cercanos y colegio para
los pequeños, comparten vivencias y también las preocupaciones propias de la
acogida de un menor durante sus primeros años de vida. «Materialmente, en los
centros de protección de menores lo tienen todo, probablemente más que nuestros
hijos biológicos, pero te das cuenta cuando vas de que les falta afecto.
Empiezas a ver cómo se mueven y compruebas que no tienen el vínculo tan
necesario que les enseña a ser humanos», afirma Estrella.
«Jesús está conmigo desde que tenía un añito. Y tiene la
misma pasión por su madre biológica que por mí. Es muy curioso», continúa
Ferrón. Existe lo que se llama el «vínculo tenaz» del niño con su verdaderos
padres: preguntan por ellos, los llevan siempre en la cabeza. No menos
llamativo es el lenguaje que emplean estas madres de acogida. Combinan con soltura
la realidad biológica con la sentimental. Y no presentan grietas en el
discurso: «El objetivo del acogimiento es que el menor esté en un entorno
seguro. Su estabilidad. Luego, la primera medida que se persigue es el retorno
del niño con sus padres, que han atravesado situaciones a veces muy difíciles.
Asumimos que volverán con ellos porque queremos el bien de los niños y sabemos
que no los vamos a perder, que estarán ahí,
Teresa y María, madres de acogida, posan en la habitación de
José (ISABEL PERMUY)
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Ellas, se puede decir, ya son expertas en estas lides.
Estrella tiene un hijo adoptado, Juan, y otros dos niños de acogida, además de
cinco biológicos. En el domicilio de Teresa, sus tres hijos mayores han
aprendido a «ceder» espacio al pequeño José y están encantados con ello. «La
mayor se ha decantado por cursar la carrera de Educación Infantil y yo creo que
es por la convivencia con su hermano José», agrega Teresa. «Es una experiencia
única, muy bonita», defiende.
A la tercera va la vencida
Asiente su amiga escuchándola porque para Estrella están
haciendo un «bien» por menores que no tenían escapatoria. En su caso, la
historia de esa madre ha sido un auténtico drama. Es una niña rusa, adoptada
por padres españoles y luego abandonada. A los 17 años se quedó embarazada y
ahora tiene hueco también en la vida de Estrella, como su hijo Jesús. Ambos han
recibido en casa de esta maestra cacereña toda la ayuda que no tuvieron de sus
dos primeras familias.
«Tengo 58 años y no sé qué es pasar la tarde en un museo
–dice con mucha gracia Estrella–. Nos pasamos la vida en las comisiones de
educación pidiendo un colegio para José y Jesús, o llevándolos al psicólogo
porque se culpabilizan del abandono, o...». «Hombre, lo que aportan es
muchísimo, pero también es agotador. Yo tengo 49 años, ahora no cogería a un
bebé o un niño muy pequeño que requiera estar toda la tarde en el parque. No me
da», asegura Teresa, aunque su ritmo vital parece llevarle la contraria.
Mucha gente ajena se malicia de que cuidan, dan sustento y
formación y se desviven por niños que luego «volarán» del nido. «Pero como los
biológicos», se apresura a corregir Teresa. «Somos lo que se puede decir un
amortiguador afectuoso», sonríe. Desde Aseaf (la Asociación Estatal de
Acogimiento Familiar), Jesús Palacios, catedrático de Psicología Evolutiva y de
Educación de la Universidad de Sevilla, le da la razón y reivindica ese
«fuelle» emocional: «El ser humano está hecho de un material especial que en su
infancia necesita para su desarrollo pleno un hogar en el que recibir un beso
de buenos días, la charla alrededor de la mesa sobre cómo ha ido la mañana en
el colegio, el rato de juego por la tarde, la lectura al pie de la cama cuando
termina el día o el abrazo cuando la herida duele».
Eso lo dan estas familias acogedoras, un fenómeno que, a
diferencia de la adopción, no será para siempre, es un procedimiento mucho más
rápido desde que se solicita y no viene acompañado por un reguero de requisitos
nacionales o internacionales del país de origen. Los padres de José son
hispanocolombianos. Tenían 15 años cuando tuvieron al bebé. No estaban
preparados, pero tampoco quisieron darlo en adopción. Ni perderlo. Desde
entonces, Teresa da cobijo al niño. Les han salvado parte de su vida, pero ellas
son renuentes a magnificar el gesto.
Once euros al día por menor
María Araúz escucha en la charla de sobremesa montada por
las dos amigas. Es la vicepresidenta de Aseaf y Adacam (Asociaciones de
acogedores de menores de la Comunidad de Madrid) y, por supuesto, comparte la
aventura del acogimiento. Los niños dan satisfacciones, pero hace falta
voluntad, refrenda, al tiempo que subraya que el problema con que se topan es
con el desconocimiento de la sociedad. «La mayoría de los acogedores nos hemos
metido de forma casual», añade. «Y la primera pregunta que suele hacerte la
gente es “cuándo te lo quitan”», lamenta.
También es preciso el dinero. En Madrid, se perciben 11
euros por menor y día (3.900 euros), dinero que se «evapora» y que hay que
solicitar durante un tiempo muy determinado, porque si no se pierde, se quejan.
«Hacen falta más recursos, desde más psicólogos de atención a más puntos de
encuentro. No es normal que solo tengas uno para todas las familias de Madrid
(que en acogimiento
Estrella Ferrón (izquierda) tiene cinco hijos biológicos y
un niño acogido con síndrome de Down (ISABEL PERMUY)
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Los medios varían entre autonomías. «País Vasco dota a las familias de
grandes recursos», afirma Teresa. En la comparativa que traza Aseaf, Cataluña
otorgó en 2017 2.800 euros por menor; Andalucía, 3.483 euros; 4.200 en
Comunidad Valenciana; y 5.300 en Castilla-La Mancha.
«Su madre biológica viene a hacer los deberes con su hijo
todas las tardes»
Estrella Ferrón tiene 58 años y es de Cáceres. Tiene cinco
hijos biológicos. «Estoy casada con un notario, mi casa es grande», se
congratula. Cuando Juan, un niño con síndrome de Down, aterrizó en sus vidas
«fue una bendición», dice. «Nos abrió para siempre, es un niño estupendo»,
aunque requiere muchas atenciones. Juan, adoptado, abrió senda. Después, acogió
a otros dos tras conocer la asociación Familias para la Acogida. Ahora anima a
todas las madres a repetir experiencia, porque está convencida de que sus cinco
hijos han tenido una gran apertura de miras gracias a ella. Cree que «en el
acompañamiento entre las familias está la clave», por eso se apoya en su vecina
Teresa.
La madre de Jesús tiene un trastorno psicológico
diagnosticado, y necesita ayuda. «Deberías dar el niño en acogida»,
recomendaron a su madre, una chiquilla que a los 17 años se quedó encinta.
Estrella la siguió de casa en casa de acogida. Ella pidió a Estrella el favor
de quedarse con Jesús un fin de semana, y desde entonces han pasado ocho años.
La madre biológica del pequeño recuerda lo que le hicieron sus padres, dándole
en adopción y se resiste a perder a su hijo. La única solución fue esta ayuda
brindada de manera altruista por esta mujer. «Para mí, es una hija más –afirma
Estrella–. Y tengo muy claro que no se va a ir y nunca haría nada contra mí.
Puede venir todas las tardes a hacer los deberes con su hijo».
FUENTE: ÉRIKA MONTAÑÉS en ABC
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